Opinión de Alberto Piris. Si, como se lee en la prensa británica, el legado más terrible de Trump puede ser «la destrucción de la confianza en la democracia, en la Constitución norteamericana y en el imperio de la Ley», es preciso alertar a los pueblos y a sus gobernantes sobre el riesgo que corre hoy nuestra democracia frente a las emboscadas que está sufriendo en muchos países.

Madrid, 09 Febrero 2020, (Envío especial para El Informante Perú).- Hace dos semanas aludía en estas páginas al riesgo que para la salud democrática de los pueblos suponía el uso torticero y mentiroso de las redes sociales. El sorprendente éxito de Donald Trump en la campaña de 2016, que le llevó a la Casa Blanca a pesar de que obtuvo menos votos que su rival, Hillary Clinton, fue el desencadenante de una honda preocupación por el deterioro democrático.Ahora, tras la sesión del pasado martes en la Cámara de Representantes con motivo del discurso presidencial sobre el estado de la Nación, cobra nuevo valor la apreciación de Simon Tisdall, columnista del británico The Guardian, que hace unos días terminaba su análisis de la situación preelectoral en EE.UU. con estas palabras: “De entre las muchas cosas que Trump ha hecho mal, el legado más terrible puede ser la destrucción de la confianza en la democracia, en la Constitución norteamericana y en el imperio de la Ley”.

La grosera actuación del magnate neoyorquino ese mismo día, que rechazó la mano que le tendió cortésmente la presidenta de la Cámara, fue el inicio de un discurso electoralista en el que, como es habitual, abundaron las exageraciones cuando no las mentiras. Como siempre, obtuvo el respaldo clamoroso de sus seguidores, que saben que, igual que el proceso de destitución emprendido contra él ha fracasado en el Senado, será inevitablemente reelegido en noviembre, frente a un partido demócrata dividido y falto del necesario entusiasmo.

Su campaña está siendo simple y muy eficaz; se le hace aparecer como el Comandante en Jefe que no se anda con tonterías: construye el muro frente a México, nombra a los jueces que le son favorables, rebaja impuestos, elimina terroristas sin contemplaciones y desprecia a los demócratas que, para él, solo saben “armar un teatrillo político” para destituirle. Podría asegurarse la victoria ganando en los Estados que más pesan en el llamado “Colegio electoral” (viejo residuo de la legislación del s. XVIII) aunque fuera de nuevo derrotado en el voto popular.

Las redes sociales multiplicarán a su favor el efecto del desaire infligido a Nancy Pelosi, a quien a pesar de romper luego espectacularmente los papeles del discurso presidencial harán aparecer como una más de las mujeres a las que Trump sabe cómo tratar: “Con ellas, cuando eres una estrella -dijo en una entrevista televisada- puedes hacer lo que quieras… agarrarlas…”, sucias declaraciones que en 2016 no le impidieron ser votado por hombres y mujeres, tan machistas estas como aquellos.

Tisdall sugiere tener en cuenta, además, la posible ingerencia digital en la campaña de origen foráneo y la experta utilización por el equipo de Trump de las informaciones falsas, tal como ha venido ocurriendo desde que abordó la presidencia. Todo ello apunta hacia el posible colapso de un sistema democrático que ya está en grave riesgo.

Esto no solo debe preocupar en EE.UU. sino también en el resto del mundo, donde no son pocas las emboscadas que se están tendiendo contra una democracia cuya verdadera esencia la hace susceptible de ser utilizada por sus enemigos para destruirla. La alarma debe sonar con fuerza y sin interrupcion para evitarlo. Nos va el futuro en ello.

(*) General de Artillería en la Reserva y Diplomado de Estado Mayor.