Opinión de María José Atiénzar. A pesar de la supresión de barreras arquitectónicas en muchos edificios, la vida cotidiana de las personas con alguna discapacidad, sigue sufriendo multitud de obstáculos.
Madrid, 25 Junio 2017, (Especial para El Informante Perú).- Antonio, con 22 años, se veía reducido por su tetraplejia a una vida familiar cosido a una silla de ruedas, por causa de un accidente deportivo cuando cursaba 2º año de Arquitectura. Marta tiene 23 años, estudia 4º de Medicina, es la mayor de cuatro hermanos. Al matricularse encontró la posibilidad de ayudar a algún compañero discapacitado.
El encuentro entre ambos, gracias a un Programa de Apoyo a Estudiantes Discapacitados, permitió que Antonio pudiera continuar sus estudios. Como ellos, muchos estudiantes pueden estar presentes en las aulas cada año. Es cuestión de solidaridad.
A pesar de la supresión de barreras arquitectónicas en muchos edificios, la vida cotidiana de las personas con alguna discapacidad, sigue sufriendo multitud de obstáculos que les impiden desarrollar una vida plenamente integrada. El alto coste económico y el tiempo que supone la supresión de las barreras existentes, hace necesario la búsqueda de soluciones alternativas que faciliten la movilidad de estas personas. Su integración en el mundo laboral y en la sociedad comienza al facilitar su acceso a la educación en el mismo ambiente y condiciones que disfruta cualquier estudiante. La falta de atención personalizada en la universidad ha supuesto que muchos estudiantes parapléjicos, sordos, ciegos, etc., no pudieran acabar o ni siquiera comenzar sus estudios ante el temor de encontrarse con trabas insalvables al acceder a las clases.
Además de las barreras físicas, el alumno con una discapacidad encuentra otros obstáculos, en la relación con el profesorado y con sus compañeros, en la participación en actividades extraacadémicas, investigación, deporte, etc. Para que el paso por la universidad de estos estudiantes sea normal y en igualdad de oportunidades, se hacen imprescindibles el apoyo y la ayuda concreta de otros compañeros.
En la Universidad Complutense de Madrid, así como en otras universidades españolas funcionan programas de ayuda a estos estudiantes. Se trata de ayudar a cualquier alumno discapacitado físico o sensorial que requiera colaboración a través del apoyo de un voluntario social. Este le acompaña en su automóvil desde la casa a la facultad, y de regreso al finalizar la jornada. Le facilita asimismo la movilidad dentro del centro, la búsqueda de documentación para sus estudios, las relaciones con los demás compañeros y profesores, la participación en las actividades de ocio, deporte, etc. Lo que comienza siendo una relación voluntario-beneficiario suele pasar a una relación de compañerismo y acabar en una buena amistad.
El mecanismo es sencillo, se incluye en el sobre de matrícula de la universidad una hoja informativa del programa donde se pregunta al estudiante si sufre alguna discapacidad y el tipo de ayuda que necesita, así como el horario en que va a requerir el apoyo de un voluntario, y el centro donde va a estudiar. En la misma hoja informativa, se pregunta a los estudiantes si quieren ser voluntarios sociales. Así, se dispone antes de comenzar el curso de un censo de estudiantes discapacitados en cada universidad, el tipo de ayuda que requieren, el número de voluntarios con los que se cuenta para ayudarlos. Una base de datos se encarga de emparejar unos y otros por afinidad en los estudios, curso, horario y lugar de residencia.
Atienden a discapacitados motóricos, muchos de ellos con silla de ruedas, que requieren ayuda en los traslados. A estudiantes con ceguera o deficiencias visuales se les ayuda en la búsqueda de bibliografía, en la transcripción de apuntes a grabadora o a formato digital para pasar a braille, lectura en voz alta o estudio conjunto. A los estudiantes sordos, o con otras minusvalías, se les ayuda en la búsqueda de apuntes y en el trato con los profesores para adaptar los métodos pedagógicos a las necesidades del alumno. Además, suele haber otras enfermedades de menor incidencia pero presentes entre los alumnos, como anorexia, depresión, agorafobia, diálisis, amputación de algún miembro, distrofias musculares, encefalopatía perinatal, artritis, espina bífida, problemas de coordinación, daño cerebral congénito o sobrevenido, cifosis juvenil, y otras.
Estas experiencias de solidaridad en la Universidad, permiten además detectar las barreras de cualquier tipo que dificultan la integración plena de los estudiantes con discapacidad, para proponer su eliminación y busca sensibilizar a la comunidad universitaria en el compañerismo y en el apoyo a las personas que sufren una discapacidad.
(*) Mª José Atiénzar – Periodista.